Me mira con cara burlesca, pero no puedo matarlo.
Lo conocí, cuando en una ceremonia íntima, decidí sacar a relucir todos mis demonios.
Los fui dejando uno a uno sobre el escritorio.
Imposible conversar con todos, eran cientos.
Me preocupó la idea de tener más demonios que amigos.
Antes de mirarme con esa cara burlesca me dijo:
“Escribir o ser feliz, pero no las dos cosas a la vez”
Un punto inquietante: que tenga razón.
Su cara burlesca no lo es tanto. Sus ojos tienen algo de tiernos. Pero no hay que engañarse: es un demonio interno.
Sabe de lo que habla, La Pieza Oscura de Lihn se deja ver bajo su brazo derecho.
“o ser feliz”
“o escribir”
Las veces que he sido feliz son dignas de escribirse. Aunque son poco entendibles.
Le pregunto el porqué de sus moretones en el rostro:
Los choques con el mundo, dice.
Sin querer aparece un sillón de terciopelo rojo, no duda en ponerse cómodo. Me veo tras un mesón de vidrio. Estamos en un set de televisión, una cámara con una luz roja en la punta. Nadie la dirige. Una pequeña galería para el público, sin público. Aplausos grabados.
Estamos al aire en un canal olvidado.
Es un demonio elegante, tan infeliz que oigo cada palabra que dice.
Pero no puedo matarlo.
Hablamos de la razón.
De la razón.
De los sentimientos que se esconden, suprimidos por la razón.
Salieron nombres de filósofos, cada cual mas antiguo que el anterior, cada apellido mas impronunciable que el anterior.
Y la razón.
También nombramos a Rimbaud, como en cualquier conversación interesante se hace.
Estuvimos a punto de hablar de Joyce, pero ya lo había hecho llorar de la risa con las dos o tres cosas que puedo decir de Rimbaud.
No lo merecíamos, aun.
Matamos a Dios varias veces, aunque mis sentimientos, que debieron haber muerto, aun escriben ese nombre con mayúscula.
Traté de hablarle de mi Dios interno, de mis sentimientos, de meditación, etcétera.
Se rió.
No habla en la ausencia de sus camaradas parados sobre el escritorio.
Humor negro.
Matamos a un par más.
Pero a él, aun no puedo matarlo.
Reí falsamente un par de veces, como buen anfitrión, como hipócrita invitado.
Le golpee la espalda en señal de aprobación.
No le dije lo que pensaba, porque pensaba matarlo.
Esperaría a que no hubiese ningún televidente.
Son muchas las personas que nos siguen a las tres de la madrugada.
He elaborado una lista:
-Muchos hombres solitarios
- un largo etcétera.
Una iluminación colectiva no andaría mal.
Hablaré de eso en el próximo programa, junto al demonio de cabeza rapada, que rompe tablas con el cráneo mientras resuelve koanes.
Pero ahora mi invitado sigue ahí sentado, esperando a que le haga preguntas que responderá con una serie de terminologías que solo él entiende.
Aunque se ve bastante inteligente.
No es que no puedo, es que no quiero.
Es bastante cómodo que siga con vida.
Es un refugio para no hacer lo que el estomago manda.
Da nostalgia mirarlo y decir: te tienes que ir.
Se ha esforzado tanto por ser un imbécil, que ahora que lo ha logrado me siento algo injusto al desecharlo.
Pero aquí vamos.
Sabe que le tengo algo que decir, su sonrisa se apaga. Se aferra a su mirada tierna para que me conmueva.
Aquí vamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario