Frenó, no sin dificultad por lo mojado del pavimento, justo en medio del puente. El sudor se enfrió rápidamente y se confundió con la lluvia que ya desde hace un rato lo tenia empapado. No se alcanzó a dar cuenta lo rápido que pasaron por su costado los arboles del bosque mientras corría, pero ya había llegado donde pretendía, aunque no sabia donde llegaría.
Su cuerpo comenzaba a relajarse, el frio no le importaba. Estuvo unos momentos con sus manos sobre sus rodillas flectadas, respirando los últimos instantes bajo su pecho que de a poco dejaba la agitación. Se apoyó en la baranda, miró hacia abajo: el rio avanzaba raudo, saltado o esquivando las pequeñas rocas. Pequeños globos de espuma blanca nacían y morían de esos accidentes. Miró más al frente y se encontró con un espectáculo que lo asombró aun más: el largo del rio en todo su esplendor, visto hasta perder en el horizonte, o mejor dicho, entre los arboles que lo bordeaban y se juntaban allá lejos. Pero lo que mas le llamo la atención, fue la lluvia que se hizo más fuerte y envolvía hasta casi desaparecer el paisaje. Las gotas se lanzaban casi sin enterarse desde lo alto, como renunciando así mismas, y formando parte de ese gran rio, que a la vez desembocaría en un estado mayor.
¿Y si yo fuera una gota? Dijo.
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