martes, 28 de febrero de 2012

Flashback de una tarde de verano


Ahora me ahogo en las soledades, en los caminos de tierra y piedra, sucumbido ante las verdades que he tomado a modo de absolutas. La tarde cae, el celeste del cielo se transforma poco a poco en noche, y veo como se va sin más otro día de la vida. Ese color de allá arriba es el mismo que se ponía, a esa hora de la tarde, en la vieja cabaña, con González, un viejo que siempre tomé como un don nadie. Se me ha venido aquel recuerdo de improviso, de aquella conversación, en un día cualquiera. Han pasado años, y como todo ser humano, me cuesta bastante tiempo entender las cosas simples.
Lo cierto es que nunca sentí simpatía por aquel hombre: era un tipo, por ese entonces, de mas de cincuenta años, gordo, de apariencia sucia, con un olor que te invitaba a alejarte lo mas posible de él. Poco era lo que se le entendía cuando hablaba, y si lo hacia, era para decir una que otra barbaridad sobre el mundo. Aun así, decía ser un hombre feliz. Aunque en mi percepción de aquel concepto, en un caso como el de González, no se ajustaba.
Lo conocí en aquel trabajo de verano, en la parcela de unos tíos. La verdad si la paga no hubiese sido tan buena, no hubiera aguantado casi dos meses al lado de aquel tipo tan desagradable. Las horas pasaban lentas, realmente lentas. Veía como salía y se ponía el sol, luego me iba a dormir, y no me daba cuanta como ya era nuevamente hora de levantarse y ponerse a trabajar.
Un día, no recuerdo por qué razón, nos saltamos la hora del almuerzo, la dejamos para mas tarde, en realidad no sé a que hora exacta, pero el cielo era aquel del final del día. El tipo comía con desdén, agarrando el tuto de pollo con la mano, escupiendo desprolijamente, y haciendo muchos sonidos guturales en el acto. Era un espectáculo detestable, el apetito se me fue en un instante, así que tuve la mala idea de cederle lo que me quedaba de comida, y prolongar aun más el show. Fue ahí donde de la nada comenzó a hablar, casi filosóficamente:

“Hace un par de años caí detenido. Necesitaba dinero para algo, me obsesione con eso, lo quería lo mas rápido posible. No hallé nada mejor que entrar a una casa, de un vecino del barrio que tenia un almacén, a robarle lo que había recaudado en el día. El vecino sintió unos ruidos, e inmediatamente llamó a la policía, sin siquiera asomarse para saber bien lo que era, tuvo el presentimiento y actuó. Cuento corto, ya me tenían en el calabozo, faltaba constatar la denuncia del dueño del almacén para que me llevaran directo a la cárcel, y comenzaran lo juicios y esas cosas. Pero de repente, llegó un carabinero a abrir la celda, y dijo mi nombre. Al salir me dio a entender que era un suertudo, yo aun no sabía por qué. Me asombré cuando vi que estaba el vecino esperándome, el mismo a quien le entré a robar, él había pagado la fianza. Me agarró del brazo, me subió a su camioneta, y partimos, yo no sabía donde. En el camino no fui capaz de levantar la cabeza, así que no tenia idea a donde nos dirigíamos, y obviamente no tenia la ganas, ni la fuerza suficiente para hablarle, y menos mirarlo directamente a los ojos. Puso música, antes de decir nada puso música. No recuerdo lo que sonaba, era algo que no conocía, y que no he vuelto a escuchar. Pero él lo disfrutaba bastante, y cantaba mientras manejaba. Hasta que nos detuvimos. Me volví a asombrar cuando me dio la orden de que bajara del vehículo, y me di cuenta que habíamos llegado a un restaurante. Si, así es: cuando por mi cabeza pasaba que llegaríamos a un sitio eriazo, me haría cavar mi propia tumba, y luego me dispararía, llegamos a un restaurante, muy conocido en la zona por aquellos años, no era cualquier lugar. Tal vez pensé eso porque era lo que yo hubiese hecho. El mozo llegó y nos puso la carta en la mesa. El vecino me dijo que eligiera lo que quisiera, él pagaría todo, que no me preocupara por los gastos. Así que en ese ambiente agradable, cada vez mas lejano a mi, comencé a sentirme horrible, no me había dignado a decir palabra alguna. Volvió el mozo, y el vecino ordeno lo que hasta entonces resultaba ser lo más caro en la carta, no recuerdo bien que era, pero lo acompañó del mejor vino. Llegado mi turno de ordenar, en realidad no sabia que pedir, sentía tanta vergüenza que prefería pedir un revolver para dispararme y dejar de existir, y no vivir aquel momento. Pero el vecino insistió en que pidiera de una buena vez, por ultimo como un favor para él. Yo ahí pensé que se había vuelto loco, pero cedí a su petición, y encargué lo más barato de la carta. Él hizo un gesto como diciendo POBRE MUCHACHO, NO SABE NADA.  Una vez llegado los pedidos, el vecino comía muy a gusto su plato, se podía apreciar claramente como los disfrutaba. A mí, con el apuro de pedir se me había olvidado que detestaba lo que había encargado, así que me costaba mucho masticar y tragarlo sin sentir asco. El vecino miraba de reojo, lo podía sentir, sabia que sufría con todo esto. De un momento a otro, ya no aguanté más, y le pregunté que era lo que pretendía. Dejó de comer, se limpio la boca con la servilleta de género, cruzó sus manos, y comenzó a hablar. Lo hizo como si hubiese estado esperando mi pregunta, como si supiera cada uno de mis gestos de aquella noche. Me dijo que el plato, inmasticable, al que me veía obligado a tragar, era como mi vida: amargo, sin condimentos, una tortura para el paladar, y que por eso no era capaz de tragármelo. Me dijo también, que no fui capaz de pedir lo que realmente quería, y que por eso me veía envuelto en esta pequeña tortura, porque sabía que no era merecedor de algo más. En fin, terminamos de comer, no dijo una palabra mas, me dejó en la puerta de mi casa, y la vida siguió como si no hubiese pasado nada, él siguió saludándome todas las mañanas, sin recriminarme nada, sin prejuicios, me sentía nada al lado de aquel hombre, hasta cierta admiración por él me provocaba. El caso es que un día partí, siempre con ese hecho en mente, no soportaba lo que le había hecho, ni lo que estaba haciendo con mi vida. Quería que llegue el día de ponerla en un plato y saborearla, y sentir que era todo lo que deseaba masticar, lo más sabroso del mundo. No te diré si llegó o no ese día, esa es una historia mas larga aun, y por lo que veo ya estas bastante harto escuchándome, pero viendo que no te gusta estar cerca mío, que rechazas todo lo que soy, porque parezco tonto, pero me doy cuenta de las cosas, te quiero hacer la siguiente pregunta ¿si pusieras tu vida en un plato serias capaz de tragártela?”

No lo tomé en cuenta hasta ahora. Después de eso no recuerdo lo que pasó. El verano terminó y nunca más volví a saber de aquel hombre. Nunca supe si logró su cometido, pero la respuesta a su pregunta si creo tenerla: No, ni cagando, no seria capaz de tragar una pizca de ella. No sería capaz de poner en mi boca esa sustancia gris, sin sabor a nada. Pero nunca es tarde para botar el plato a la basura y cocinar algo diferente.