Ahora me ahogo en las soledades, en los
caminos de tierra y piedra, sucumbido ante las verdades que he tomado a modo de
absolutas. La tarde cae, el celeste del cielo se transforma poco a poco en
noche, y veo como se va sin más otro día de la vida. Ese color de allá arriba
es el mismo que se ponía, a esa hora de la tarde, en la vieja cabaña, con
González, un viejo que siempre tomé como un don nadie. Se me ha venido aquel
recuerdo de improviso, de aquella conversación, en un día cualquiera. Han
pasado años, y como todo ser humano, me cuesta bastante tiempo entender las
cosas simples.
Lo cierto es que nunca sentí simpatía por
aquel hombre: era un tipo, por ese entonces, de mas de cincuenta años, gordo,
de apariencia sucia, con un olor que te invitaba a alejarte lo mas posible de
él. Poco era lo que se le entendía cuando hablaba, y si lo hacia, era para
decir una que otra barbaridad sobre el mundo. Aun así, decía ser un hombre
feliz. Aunque en mi percepción de aquel concepto, en un caso como el de
González, no se ajustaba.
Lo conocí en aquel trabajo de verano, en la
parcela de unos tíos. La verdad si la paga no hubiese sido tan buena, no
hubiera aguantado casi dos meses al lado de aquel tipo tan desagradable. Las horas
pasaban lentas, realmente lentas. Veía como salía y se ponía el sol, luego me
iba a dormir, y no me daba cuanta como ya era nuevamente hora de levantarse y
ponerse a trabajar.
Un día, no recuerdo por qué razón, nos
saltamos la hora del almuerzo, la dejamos para mas tarde, en realidad no sé a
que hora exacta, pero el cielo era aquel del final del día. El tipo comía con
desdén, agarrando el tuto de pollo con la mano, escupiendo desprolijamente, y
haciendo muchos sonidos guturales en el acto. Era un espectáculo detestable, el
apetito se me fue en un instante, así que tuve la mala idea de cederle lo que
me quedaba de comida, y prolongar aun más el show. Fue ahí donde de la nada
comenzó a hablar, casi filosóficamente:
“Hace un par de
años caí detenido. Necesitaba dinero para algo, me obsesione con eso, lo quería
lo mas rápido posible. No hallé nada mejor que entrar a una casa, de un vecino
del barrio que tenia un almacén, a robarle lo que había recaudado en el día. El
vecino sintió unos ruidos, e inmediatamente llamó a la policía, sin siquiera
asomarse para saber bien lo que era, tuvo el presentimiento y actuó. Cuento
corto, ya me tenían en el calabozo, faltaba constatar la denuncia del dueño del
almacén para que me llevaran directo a la cárcel, y comenzaran lo juicios y
esas cosas. Pero de repente, llegó un carabinero a abrir la celda, y dijo mi
nombre. Al salir me dio a entender que era un suertudo, yo aun no sabía por
qué. Me asombré cuando vi que estaba el vecino esperándome, el mismo a quien le
entré a robar, él había pagado la fianza. Me agarró del brazo, me subió a su
camioneta, y partimos, yo no sabía donde. En el camino no fui capaz de levantar
la cabeza, así que no tenia idea a donde nos dirigíamos, y obviamente no tenia
la ganas, ni la fuerza suficiente para hablarle, y menos mirarlo directamente a
los ojos. Puso música, antes de decir nada puso música. No recuerdo lo que
sonaba, era algo que no conocía, y que no he vuelto a escuchar. Pero él lo disfrutaba
bastante, y cantaba mientras manejaba. Hasta que nos detuvimos. Me volví a
asombrar cuando me dio la orden de que bajara del vehículo, y me di cuenta que
habíamos llegado a un restaurante. Si, así es: cuando por mi cabeza pasaba que
llegaríamos a un sitio eriazo, me haría cavar mi propia tumba, y luego me
dispararía, llegamos a un restaurante, muy conocido en la zona por aquellos
años, no era cualquier lugar. Tal vez pensé eso porque era lo que yo hubiese
hecho. El mozo llegó y nos puso la carta en la mesa. El vecino me dijo que
eligiera lo que quisiera, él pagaría todo, que no me preocupara por los gastos.
Así que en ese ambiente agradable, cada vez mas lejano a mi, comencé a sentirme
horrible, no me había dignado a decir palabra alguna. Volvió el mozo, y el
vecino ordeno lo que hasta entonces resultaba ser lo más caro en la carta, no
recuerdo bien que era, pero lo acompañó del mejor vino. Llegado mi turno de
ordenar, en realidad no sabia que pedir, sentía tanta vergüenza que prefería
pedir un revolver para dispararme y dejar de existir, y no vivir aquel momento.
Pero el vecino insistió en que pidiera de una buena vez, por ultimo como un
favor para él. Yo ahí pensé que se había vuelto loco, pero cedí a su petición,
y encargué lo más barato de la carta. Él hizo un gesto como diciendo POBRE
MUCHACHO, NO SABE NADA. Una vez llegado
los pedidos, el vecino comía muy a gusto su plato, se podía apreciar claramente
como los disfrutaba. A mí, con el apuro de pedir se me había olvidado que
detestaba lo que había encargado, así que me costaba mucho masticar y tragarlo
sin sentir asco. El vecino miraba de reojo, lo podía sentir, sabia que sufría
con todo esto. De un momento a otro, ya no aguanté más, y le pregunté que era
lo que pretendía. Dejó de comer, se limpio la boca con la servilleta de género,
cruzó sus manos, y comenzó a hablar. Lo hizo como si hubiese estado esperando
mi pregunta, como si supiera cada uno de mis gestos de aquella noche. Me dijo
que el plato, inmasticable, al que me veía obligado a tragar, era como mi vida:
amargo, sin condimentos, una tortura para el paladar, y que por eso no era
capaz de tragármelo. Me dijo también, que no fui capaz de pedir lo que
realmente quería, y que por eso me veía envuelto en esta pequeña tortura,
porque sabía que no era merecedor de algo más. En fin, terminamos de comer, no
dijo una palabra mas, me dejó en la puerta de mi casa, y la vida siguió como si
no hubiese pasado nada, él siguió saludándome todas las mañanas, sin recriminarme
nada, sin prejuicios, me sentía nada al lado de aquel hombre, hasta cierta admiración
por él me provocaba. El caso es que un día partí, siempre con ese hecho en
mente, no soportaba lo que le había hecho, ni lo que estaba haciendo con mi
vida. Quería que llegue el día de ponerla en un plato y saborearla, y sentir
que era todo lo que deseaba masticar, lo más sabroso del mundo. No te diré si
llegó o no ese día, esa es una historia mas larga aun, y por lo que veo ya
estas bastante harto escuchándome, pero viendo que no te gusta estar cerca mío,
que rechazas todo lo que soy, porque parezco tonto, pero me doy cuenta de las
cosas, te quiero hacer la siguiente pregunta ¿si pusieras tu vida en un plato serias
capaz de tragártela?”
No lo tomé en cuenta hasta ahora. Después de
eso no recuerdo lo que pasó. El verano terminó y nunca más volví a saber de
aquel hombre. Nunca supe si logró su cometido, pero la respuesta a su pregunta
si creo tenerla: No, ni cagando, no seria capaz de tragar una pizca de ella. No
sería capaz de poner en mi boca esa sustancia gris, sin sabor a nada. Pero
nunca es tarde para botar el plato a la basura y cocinar algo diferente.