Domingo: Una calle vacía, cielo nublado, las campanas de una iglesia a lo lejos. El aire era tibio, un auto pasaba, y con su roce removía las hojas que se resistían al otoño.
Sus pasos y las ruedas de la bicicleta, en el sonido ambiente de su vuelta a casa, sin novedades nuevamente.
Pájaros saltaban de un árbol a otro, algunos en el suelo caminaban y revoloteaban cuando era necesario, pero sin sus canticos comunes del amanecer.
-Tal vez deberían pararse en los cables-dijo el viejo mientras pasaba con su bicicleta fuera de servicio.
Llegó a su hogar, mas cansado que de costumbre. El perro movía impacientemente la reja de madera, la única de su tipo en toda la cuadra, tal vez en la ciudad. Abrió, el canino intento abalanzarse, pero la correa marcó inmediatamente el limite. Cerró la vieja puerta llena de astillas, dejó la bicicleta a un costado del jardín olvidado cubierto de maleza, y desamarró la correa de Alfa. Se metió a su casa, se tiró en el sofá, se sacó su chaqueta, y dejó al descubierto su uniforme de guardia, trabajo que ejercía en la vieja bodega de la empresa del hijo de un conocido.
Pretendía en instantes calentar el agua, servir su té habitual, saborear el pan y el queso recién comprados, en el televisor ver las mismas noticias de siempre, luego dormir. Un segundo después la arcaica reja emitió un sonido que llama su atención, un relinche típico de las puertas antiguas, acompañado de un posterior golpe. Salió para ver lo que ocurría. Llegó hasta la calle, y divisó, por la esquina de la cuadra, el andar de Alfa.
-¡Perro de mierda!
Lo siguió, el animal apuró el paso, él también. Lo apuró aun mas, él intentó hacer lo mismo. Cuando el correr del canino era insuperable, el hombre daba pasos, lentos, con más esfuerzo que de costumbre, con la boca seca, y el pecho a punto de desprenderse de su cuerpo.
-¡Perro de mierda, perro de mierda, perro de mierda!
Alfa dobló en la esquina, y la perdió de vista por un instante, hasta que el hombre lo volvió a ver: Estaba montado en una labradora, con la lengua afuera e indiferente a todos los llamados de su amo.
-¡Quiltro asqueroso, sal de mi marianita!- dijo una señora con delantal de cocina que salió de una de las casas, con uslero en mano, dispuesta a usarlo si era necesario.
-Oiga señora, déjelos, tal vez no tienen nada que ver con nosotros.
-Claro, es usted quien no tiene después que estar limpiando la caca de los cachorros.
-Pero soy el que tiene que aguantar su música de viejas todas las mañanas.
-Cállese viejo desubicado.
-Cállese usted señora.
-Insolente, voy a llamar a carabineros si continúa.
-llame usted a quien quiera.
-¡vecina!-comenzó a gritar la vieja-¡vecina ayúdeme!
-Ya cállese, me voy, total mi amigo ya hizo lo suyo.
El perro se despegó, y con la lengua afuera, moviendo la cola, emprendió el camino de regreso alrededor de su amo, entre los últimos alaridos de la señora cascarrabias.
Llegaron a casa, esta vez el hombre cerró bien la cerca, con cadena y candado, luego hizo todo lo que tenia pronosticado hacer.
Despertó con las rancheras a un volumen más fuerte de lo habitual, pero le daba lo mismo, el triunfo ya tenía su nombre grabado. Se preparó para salir, le dio comida a su amigo, y partió rumbo a doce horas de paseo entre cajas y estacionamientos.
Esta vez el viaje lo hizo a pie, desde arriba llegaba una música que relajó lo oídos del viejo: desde los cables, los pájaros levantaban su cabeza e inflaban el pecho para interpretar la armonía. El hombre sonrió, al parecer siguieron su consejo.